Dizque diario en el veinte dizque
sin accidente meteoro del tiempo.
Caballete.
Gabriel Roel
Dizque diario en el veinte dizque
sin accidente meteoro del tiempo.
Caballete.
Verso a cuerda el sintetizador silueta del camellón. Todo
lo caballito de mar que se pueda en la única mente horquilla
que madruga. Descargadas las estaciones de la estrella de
un río tras otro.
De metales cayendo extraña es esta ciencia que
siempre llega al porte por su tiempo fantasma que
todo lo corroe amaneciendo mar que ocupa y hace
noche con los bordes que abroja por sus pinzas.
Entrada de camión al coro que
la masa por sus naves quema con
la sal de la armonía.
Y en su equívoco, un coraje
menor se abre con el mar que sus
aspas erosiona de utilidad,
una tachadura que ventura.
Esta demasía que por sus redundancias hace
playa, desmenuzados los espinos. Avernos de
lo tenue que al remix del aviento ensalma de
pinturas. Relieve tras relieve con la sombra.
Y estrella en su vejez de ola estampa sobre
lo que muelles.
Pérdida en lo que cesa echarse a noche
otra para sí misma estrellada o anáfora.
Una rama que se quiebra escuché que somos.
Plexo encantado de una rama sobre el caracol
de brisa de la noche. Cuando la séptima hebra
de Janucá enciende lo que no se extingue pabilo
corazón opaco del enigma. Cauce estrella
más acá del latido. Cause sin asilo
amor sin raíz de
las palabras.
Veinte que no hay regreso, únicamente hay un discreto
yendo. Y a dos aguas. Sésamo retama donde la edad de
la distancia hace desarmaderos. Soundtracks que los
tictacs insumen caídos del catre desparejos, hacia un
sin dones que aluniza su flor por los oídos. Echado el
corazón que se surte de ahora en ese diario rampa o
verso. Y veinte. Donde condensa lo que se suspende
del tino, lengua intrusa.