lunes, 1 de noviembre de 2010

NOTTE

El tiempo del temblor descompagina lo que sin irradiarse a sí olvida o permanece. Una alteridad sin borde que salpica sin afuera y un adentro sin amarre tras su cautela. Hay movimientos en la ciudad que se parecen a su imaginería: limpias de aura de esquirlas imaginarias de escenas temidas silenciosas, de una transparencia sólo advertida por hierbas del aroma en inciensos.


Prolifera Jung sin Warburg.


El otoño inédito de una memoria sorprendida en borradores.


Hay pocilgas también en las versuras. Pasto de márgenes de la madera literaria.


Líneas sin trazo pero también sin pregnancia al capricho de las fugas.

Líneas desprovistas de encabezamiento, de arpónes, pasadizos y cajas de texto.


La ciudad de la escritura contempla que sus paralelas se anuden. Que los gentilicios derramen sus raíces. Que el puente del gerundio no haga patitos en la esplanada, creyéndose canto rodado. Desmadre de no palparse de ánimo. Signo y vacío.


Emular turibus con ecobici no hace más que dejarse escrachar por cierta hojarasca previsible. Extraviarse es un aprendizaje retroactivo. Su orientación es sin artículo. Indirecto y libre, camino de síntoma y sosiego. Carece de prestigio y de biógrafos supuestos, como enseñó el vienés a pesar de su ideal y genio. La palabra fayuto caza sus hijos bobos que algún ideal huero dispersó en espejismo sobre la palabra carretera. Agua impresa de escritura extranjera que sin ímpetu asimilante no perdura. No alcanza esquina alguna.







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